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martes, 7 de febrero de 2012

El meteorito que impactó sobre la señora Hodges

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Eran las siete de la tarde de un apacible martes 30 de noviembre de 1954, cuando un estruendo sobresaltó a la señora Ann Hodges, de 31 años, mientras se encontraba dormitando en el sofá de su salón.


De repente, algo atravesó el techo de madera de su casa, impactó contra un aparato de radio y el rebote le dio de lleno en la mano y en su costado izquierdo.


El extraño objeto que se había metido en el hogar de la señora Hodges no era otra cosa que un meteorito de tres kilos y medio de peso. La primera reacción de la mujer fue de incredulidad: ¿cómo se podía haber colado ese trozo de piedra en su casa?

El dolor en la cadera, causado por el impacto, no le permitía pensar con claridad. Era algo inaudito, pero que estaba ocurriendo en realidad en aquella modesta casa de la tranquila comunidad de Oak Grovede, en Sylacauga (Alabama).

Tras ponerlo en conocimiento de las autoridades, hasta allí se desplazaron el alcalde de la población, acompañado del jefe de policía, y prometieron al matrimonio Hodges iniciar una investigación para averiguar qué es lo que había ocurrido.

Pero la noticia del meteorito llegó hasta oídos del ejército norteamericano, el cual mandó a un representante de la Fuerza Aérea para que se hiciera con el ejemplar. Y así fue. Llegó, preguntó por el meteorito, lo examinó, lo guardó en una bolsa y se lo llevó consigo.

Esto irritó a los Hodges, que reclamaron para sí el trozo de piedra caído del cielo y que había llegado hasta su hogar. Las  autoridades de Sylacauga mostraron su total apoyo hacia la causa emprendida por el matrimonio.

Según las leyes de la época, las fuerzas armadas del país tenían todo el derecho a confiscar aquello que pudiese ser considerado de interés para su estudio e investigación, lo que ponía en una situación complicada la petición de recuperar el meteorito. Eugene Hodges, esposo de Ann, contrató un abogado y presentó una demanda ante el juzgado contra el ejército de los Estados Unidos.

Pero apareció un tercero en discordia: Bertie Guy.

El señor Guy era el casero de los Hodges, y también quería el meteorito, ya que decía que le pertenecía al ser el propietario de la casa donde residía el matrimonio y, por tanto, legítimo dueño de lo que allí había caído. Pero lo que no decía era que había recibido una suculenta oferta de 5.000 dólares si le vendía el meteorito a un coleccionista.

Tras año y medio de litigios, en 1956, el juez decidió entregar el objeto en disputa al matrimonio Hodges.
A lo largo de todo ese tiempo, el matrimonio había recibido múltiples ofertas por la venta del meteorito, pero Ann Hodges se había cansado de esa fama efímera que le había dado el incidente. Además, ya estaba harta de ser el centro de atención de los  turistas que peregrinaban hasta su casa para visitar el lugar donde se produjeron los hechos y ver en carne y hueso a la única persona del planeta que había sufrido el impacto de un meteorito.

Así que, en contra de los deseos de su marido, Ann cogió el meteorito y lo donó al Museo de Historia Natural de la Universidad de Alabama, lugar en el que ha permanecido a lo largo de los últimos 55 años.

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